«Limpia, fija y da esplendor», dice de sí misma la Academia, con ese lema que no parece de una institución dedicada a la Lengua. Desde el siglo XVIII la RAE intenta poner orden a este barullo cambiante que es el español, una lengua hablada por más de 550 millones de personas en el mundo. Nada fácil, por cierto, la tarea.
Pero lo que impacta es que mientras no le tiembla el pulso al aceptar como válidos esperpentos del calibre de «güisqui», «murciégalo», «almóndiga» o «abracadabrante», no se toma el trabajo de revisar las palabras que ya contempla en su diccionario, y cuyas definiciones distan siglos luz de las realidades que intentan fijar.
Por ejemplo…
VEJEZ
1. f. Cualidad de viejo.
2. f. Edad senil, senectud.
3. f. Achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos.
4. f. Dicho o narración de algo muy sabido y vulgar.
Q Mayor Magazine, «la única revista que envejece con orgullo», lanzó esta campaña en Change para «que los miembros de la Academia revisen las acepciones referidas al término vejez. Vivir la vejez es mucho más que vivir con achaques y manías.»
Porque, para ellos, estas consideraciones tan negativas condicionan la forma en la que viviremos nuestro futuro y trataremos a las personas mayores, y apuestan por una #VejezNoPeyorativa, más real y más diversa.
Ya el año pasado Puleva había para cambiar la definición de madre (que en el diccionario de la RAE figura como «Mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie.»)
Las palabras nos anteceden, nos representan, nos predisponen. Hoy 550 millones de hispanohablantes en el mundo nos estamos dando cuenta de que no es lo mismo una que otra. Usemos las palabras con cuidado y respeto. Construyamos desde lo que decimos y exijamos a quienes las atesoran, las limpian, las pulen y les dan esplendor, que lo hagan teniendo en cuenta las nuevas facetas que ellas, como cantos rodados, van ganando de boca en boca, de día en día, de suelo en suelo.